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lunes, 24 de mayo de 2010

Sexo... Fiebre...


Se levantó y sin darse cuenta al pasar por el espejo, comenzó a verse otra vez y es que llevaba tiempo desaparecido de su vida.

Se había desarticulado con las manos de ella que se afanaban siempre en desnudar sus lugares sombreados desparramándose en la pupila dilatada, detectando el talle, los senos, el desnudo elástico y plástico. Era un rotundo asalto en el suelo, sobre la hierba o la tierra con la espalda arqueada y el fuego… Un sacrilegio de cuerpos ardiendo en las entrañas. Entrando…

Así se fue perdiendo. No se reconocía en las horas que el sueño dejaba de serlo, se desprendía de escenas que le gritaban somos reales.

Entonces se sorprendió cuando el espejo lo fue reflejando. No era un fantasma.
No era infierno aunque ella lo quemaba. Fue a la cocina, bebió agua y podía sentir el vapor de su perfume a medida que se enfriaba. Así empezó a verla. Sin el deseo consumiendo carne, sin asfixia. Ella se iba transformando en mujer y el gozo de que toda la vida volviera a surgir envolviéndolos, arropándolos con actos y secuencias; con el dolor y la euforia, con los apremios. Integrados.

Regresó a la habitación. Ella dormía y la percibía durmiendo, puso la boca en su boca para saborear el suave vaho sonámbulo. Cubrió con la pierna la cintura y fue se yendo despacio en la noche acariciando su pelo.

viernes, 21 de mayo de 2010

Viaje al deseo de falda roja


Nada tenía que ver el aroma a café que iba tapando con el vapor horas huecas. Ni cómo pasaba la gente, fugaz, por la acera deslizándose como un film.

Una falda roja penetró en el local asfixiando los deseos con perfume indefinido. Fui catando en el aire con el olfato más fino… y en él se desataba el jazmín con alguna madera recia.

(¿Por qué una falda roja? Así la identificaste.
Era la única y el rojo avasalla, lo sabes.)

No se sentó. Se paró en la barra desnuda y es así cuando empecé a recorrer la espalda de un verde que dilataba la mirada. Volví a la falda roja para dispersar el letargo esmeralda y detallar en la mente los más mínimos fragmentos de las formas.

De repente y tomándome de sorpresa, la nuca castaña dio paso al rosto.

(Seguramente intuía un estudio prolongado sobre ella y es así como dos almendras se clavaron en mi desconcierto.)

Me había pillado y no sabía qué hacer. De todas formas los ojos no cedieron y se quedaron aferrados al ámbar oscuro.

La mañana se hizo reto. Un reloj interior marcaba los segundo prorrogando la acción. Era urgente posponer todo lo que acontecía y mantenerse ahí acotando los planos reales.

Es así como el reloj de la muñeca se paró a las 11 y la materia se disgregó rompiendo la barrera sólida del aire y lo palpable. Las manos se hicieron espaciales y el mundo de los sentidos se iba ajustando a la nueva perspectiva corporal.

Los elementos se unieron… irrefrenables. Su hambre y mi hambre yo no eran soledad ambulatoria. Un conjuro sin reglas con sonidos espectrales fue creando un cuerpo único, radical. Y en la libertad de movimientos tañendo la inexistencia, un ritual infiltraba con concupiscencia todos los anhelos.

Íbamos dejando la vida. Nos dejamos llevar… Y en la agonía de la pasión reapareció el café con su aroma imperturbable.

La falda roja se encaminó a la puerta. Ella giró la cabeza y volvió a cruzar una mirada cómplice.

(Ahora que me estoy contando esto… me sorprende lo fácil que es transitar la vida sin consignas establecidas.)

miércoles, 28 de abril de 2010

Sensualidad de seda


Conocía a Aura desde aquella fiesta insulsa. Llevaba un vestido transparente. Sus senos duros aún podían verse en la semipenumbra del castillo que su marido había comprado.
Trataba de observar a través del ventanuco sin cristales el mar y transportarse con la imaginación a aquellas épocas de vigilancia ante posibles invasiones .

Pero la seda miel transparente lo sustraía de cualquier juego para pasar la noche, en la que Mabel parecía estar gozando junto a un viejo con bigotes largos y un dandy trasnochado.

Un paso ligero y una brisa de Chanel golpearon su pecho con algo más que latidos. Su figura ligera se quedó junto a él con una copa que parecía de brandy. No quería moverse. Romper el hechizo de la cercanía. La voz se le antojó a sincronía con el resto: ¿Estás poseído por los piratas? Esbozó la pregunta con una sonrisa y con el descuido de una gracia. Él sólo pudo responder tratando de seguirle el tono: creo que acaba de aparecer uno… Hum, continuó ella el juego ¿Tienes algún tesoro escondido?

El piso de “soltera” que estaba en la zona residencial, rico y femenino, daba la sensación al principio de romper la hechicería que creaban sus ojos jarabe y su mirada mezcla de melaza y lubricidad. El juego consistía en ese velo que cubría los senos. Las manos se combinaban con el tejido, las formas y la consistencia. Un sillón Luis XV era el primer paso a la odisea impúdica de los sentidos posteriores. Ella se acercaba palmo a palmo. Escrutada por una mirada ávida y erudita. Ya sobre las piernas, la libertad de tantear, el regocijo del contacto por debajo de la seda. La fricción caliente en la dureza viva; el vigor mimando la dermis almizclada.

El anochecer se aletargaba más en las formas sin descomponer. Pasión regocijada en cada escondrijo. Lento. Sin prisas.

Un reloj antiguo rompía el imán: Debo irme. La cena es estricta. Y los labios en silencio parecían tener la forma de un vamos a quedarnos así para siempre. Pero el agua y el jabón terminaban con los últimos efectos oníricos.

Después supo que no era el reloj el que acababa la gesta. Sino un ventanuco con cortina que marcaba, al cerrarse con ésta, el final del juego.